Está en marcha el juicio a Luis Ricchiuti y Élida Hermann por la apropiación de Bárbara, hija de Beatriz Recchia y Antonio García y hermana menor de Juliana, quien trabaja desde 2001 en Abuelas y es parte querellante en la causa.
Comenzó el juicio oral y público a Luis José Ricchiuti, ex miembro de Inteligencia del Batallón 601 de Campo de Mayo, y Élida Renne Hermann, por la apropiación de la hija de Beatriz Recchia y Antonio García.
Juliana, hija mayor de la pareja y querellante, prestó testimonio ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 5 de San Martín que lleva la causa. “Mis padres tenían una profunda conciencia social y de clase –contó Juliana–. Viví con ellos tres años y trece días, intensos trece días”, en alusión a que en el último tiempo, sabiéndose perseguidos, se mudaban con frecuencia.
“Hacían todo para que yo estuviera bien. Recuerdo el amor que me dieron y las ansias con que esperaban a mi hermana. Nadie me tuvo que contar del embarazo, yo lo sabía, lo recuerdo porque lo viví. Mi tío, de hecho, conserva grabaciones en donde hablo de la panza de mi mamá”. También le quedaron sensaciones. La de escapar, por ejemplo, que no se la pudo quitar hasta mucho después. “Y recuerdo en la piel sus abrazos y sus besos, cuando le doy abrazos a mis hijas los siento”.
Recién el año pasado Juliana se animó a conversar con vecinos de la casa donde en un desigual tiroteo mataron a su padre y secuestraron a su madre. “A mi mamá y a mí nos hicieron pasar por al lado del cuerpo de mi papá en el piso, yo lloraba y decía ‘mamá, mamá, mamá’, y recuerdo la sensación de que a ella tampoco la iba a ver más”.
Familiares, amigos e integrantes de organismos de derechos humanos que se dieron cita en el Auditorio Municipal de San Martín, en José León Suárez, siguieron con lágrimas en los ojos el testimonio de Juliana. El imputado Ricchiuti, por su parte, se mostró serio y preocupado. A Hermann, en cambio, se la notó confiada y displicente. Cabe destacar que la acusada, en 1977, fingió durante cuatro meses estar embarazada, y que más tarde, una vez restituida la verdadera identidad de Bárbara, fingió dos episodios cardíacos para generarle culpa y obstaculizar su relación con Juliana.
“Una búsqueda colectiva”
Para Juliana “la búsqueda era a través de Abuelas porque era colectiva”. Cada vez que iba a la sede de la Asociación, algo que hacía desde chica, “era como que estábamos más cerca de encontrarlo”.
“Al principio creíamos que era un varón, mis padres tenían elegido el nombre de varón pero no el de nena. Además, Cacho Scarpatti (principal testigo del horror de Campo de Mayo) dijo que tuvo un nene pero luego comprobamos que había confundido a mi mamá con Norma Tato”.
De nena Juliana buscaba a su hermano en silencio. Cuando le decían que se parecía a alguien, nunca le resultaban triviales estos comentarios. “Enseguida quería conocer a esa persona y saber si había posibilidades”. Despojada de la experiencia fraterna, “sentía que jugaba a la escondida”. “Sin embargo, fui entendiendo que no se había escondido sino que a mi hermana la tenían secuestrada”.
En 2001 renunció a su trabajo de entonces y se integró al trabajo de Abuelas, inicialmente en el área de Presentación espontánea, luego en Investigación, y cada vez que atendía un caso de alguien nacido en mayo de 1977 –fecha de parto de su madre–, Juliana se ponía alerta. Así vivió unas cuantas desilusiones pero también alegrías. “Con cada nieto que encontramos, porque los encontramos entre todos, es verdad que se siente encontrar un pedacito del que uno busca, se renueva la esperanza”, dijo.
Cuando se presentó el caso de su hermana, Juliana, sintiéndose demasiado implicada, pensó que lo mejor sería que sus compañeras se reunieran con Bárbara para confirmarle que podía ser hija de desaparecidos. Pero no aguantó y fue al encuentro que ya había comenzado. Se sentó a un costado. La piel de Bárbara, en ese momento embarazada, era la misma piel que Juliana veía todos los días en el espejo. “Sentí que era ella y sentí todo lo que había imaginado que debía que sentir cuando la encontrara”.
El reconocimiento como hermanas llegó pronto. Ocurrió en un bar cerca del juzgado donde se le informaría a Bárbara que era hija de Beatriz y Antonio. Y Juliana, hasta allí habituada a la búsqueda, no al encuentro, volvió a nacer. “Nada alrededor, éramos ella y yo, nadie más, me levanté y ella se acercó”.
– Ah, ¿sos vos mi hermana?
– Sí, soy yo, y necesito abrazarte – respondió Juliana, y se abrazaron le mostró fotos de sus papás y desde ese primer encuentro han ido construyendo una relación basada en el amor.
El conmovedor relato de Juliana fue interrumpido por el abogado de Ricchiuti. “Me tocó conocer a mi hermana luego de 32 años. Considero que Ricchiuti y Hermann son los responsables del dolor que tuve durante la búsqueda, de todo lo que sufrí, de la impotencia”, replicó Juliana y, contundente, agregó: “Además no sé si es la primera vez que lo veo a Ricchiuti, empiezo a creer que no, empiezo a sospechar nos vimos cuando yo tenía tres años y que él participó del operativo donde secuestraron a mi mamá y mataron a mi papá”.
Ricchiuti, intranquilo, no pudo evitar acomodarse el traje y moverse en su silla.